El esfuerzo sin
resultado produce melancolía.
Al menos 3
cosas ha dejado claras el 15-M en este último año. Primero, que una gran parte
de la ciudadanía está en desacuerdo con un sistema y una clase política que no
la representan, que son vistas más como una carga que como una ayuda, y que
solo han encontrado como solución a la crisis recortar derechos a la misma
ciudadanía que, pretendidamente, defienden. Así lo sentimos muchos. Segundo,
que esa misma ciudadanía tiene ganas de hacer cosas, movilizarse, salir a la
calle, hablar, proponer, etc.. Tercero, que las nuevas tecnologías permiten
ahora, como nunca antes, la difusión de la información, la organización, la
movilización, fuera de estructuras formales como partidos, instituciones, etc..
El último año,
paralelamente, ha sido, en toda la historia de la democracia española, el de
mayor retroceso en los derechos de la ciudadanía. Todos los partidos con capacidad de decisión (PP, PSOE, CIU)
han atacado fundamentos básicos del contrato entre ciudadano y Estado: edad de
jubilación, sanidad y educación públicas, convenios salariales y laborales,
etc.. Y lo que nos queda.
Así, el 15-M
ha sido una reacción a toda esta situación. Pero en la práctica, ¿de que ha
servido? Todas las manifestaciones, ocupaciones de plazas, manifiestos,
propuestas, etc.. no han servido, a efectos prácticos, de nada, más allá de
manifestar el descontento y descargar la impotencia. Por poner un ejemplo
concreto, las hipotecas y la dación en pago. La única manera de ayudar de forma
efectiva a los afectados es que el Congreso apruebe una ley que lo regule de
forma general y sin restricciones.
Ir postergando desahucios mediante concentraciones es ver el árbol (muy
TT, eso si) y perder de vista el bosque.
La postura
adoptada hasta ahora por los movimientos surgidos del 15-M de rechazo frontal a
la acción política son, en mi opinión, un grave error. Porque el sistema que
tenemos se basa en un parlamento que emite leyes y un Estado que las ejecuta. O
somos capaces de influir de forma efectiva en esos mecanismos, o no conseguiremos
nada. Es más, los partidos políticos se pueden sentir tranquilos con este
rechazo a intervenir en política. Mientras los críticos se limiten a ocupar
plazas, nosotros a lo nuestro, pueden pensar.
Por tanto,
¿qué opciones quedan?. Dos se me ocurren. Una seria plantear, de cara a las
próximas citas electorales, acuerdos programáticos puntuales con cualquiera de
los partidos existentes. Ante
notario, levantar acta de acciones y propuestas concretas que un partido se
comprometerá a llevar a cabo en caso de ser escogido. Como contrapartida, se
daría el voto a ese partido. Pero, como tantas otras veces, los acuerdos y las promesas se las
lleva el viento. Y seguiríamos teniendo al zorro a cargo del gallinero.
La otra opción,
evidentemente, es que las personas y los movimientos surgidos alrededor del
15-M se constituyan en partido político. Titánica tarea, sin duda. Pero no es
necesario que se haga en una sola fase a nivel nacional. Las estructuras
asamblearias de barrio podrían agruparse y constituirse en partidos de carácter
municipal y dar un primer paso. A partir de aquí, y en base a los resultados,
ver como evoluciona el proyecto.
Lo que resulta
evidente es que, sin resultados palpables, todo el esfuerzo puesto en estos
movimientos acabará provocando una decepción. Este debate ya existe dentro del
15-M, es el momento de madurar, de
aceptar que no podremos cambiarlo todo y de luchar por cambiar al menos lo
esencial.